Un buen videojuego de rol que se precie no cuenta con el personaje controlado por el jugador como único protagonista, se debe profundizar en el resto de personajes no jugables (NPCs para los jugones) e incluso en los antagonistas para que la historia gane en calidad y sea más atractiva.
En Dark Souls II hay unos personajes que literalmente acaparan todo el protagonismo del juego y en los que recae una parte importante del argumento, más incluso que en nuestro propio héroe. Estos son los Jefes o Bosses, que han sido siempre muy originales y cuidados a lo largo de toda la saga Souls y cuya derrota nos proporciona una poderosa alma en la que está grabada parte de su historia personal.
De entre los 31 Jefes (34 si contamos la última expansión) que se interponen en nuestro camino para alcanzar el final de Dark Souls II hay cinco en concreto que me gustan especialmente por su diseño, su trasfondo o directamente por la forma en que llevamos a cabo la pelea contra ellos.